Era la primera vez y no dejó indiferente. Valmor Sports abrió ayer las taquillas, las reales y las virtuales, para poner a la venta gran parte de las 112.771 entradas que tiene de aforo el circuito urbano de Valencia donde el 24 de agosto se celebrará el Gran Premio de Europa de Fórmula 1. Las cifras del primer día llaman la atención, aunque requieren un matiz. La organización se ha deshecho ya de un 90 por ciento del aforo. Las entradas están a punto de agotarse. Aunque esta venta furibunda tiene trampa: casi la mitad de las localidades, un 40 por ciento, las colocó Valmor Sports a un agente anónimo que las distribuirá por Europa -sobre todo entre Reino Unido, Alemania, Italia y Francia- entre agencias de viajes y particulares.
Valmor anunció anoche que sólo quedaban 8.000 asientos. Es decir, en diez horas había vendido 60.000 entradas. Quedaba claro que el Gran Premio de Europa ha calado hondo entre los aficionados a la Fórmula 1.
La ansiedad por hacerse con un asiento en un circuito sin pelousse, sin público de pie, provocó cierto caos. Sobre todo en los minutos posteriores al arranque oficial, que se produjo a las diez de la mañana, la hora de apertura de El Corte Inglés. La demanda era tan fuerte en ese momento que el sistema se colapsó: colas en los puntos de venta de El Corte Inglés, teléfonos comunicando sin cesar, servidores de Internet colgados. Durante unos momentos fue imposible satisfacer a todo el mundo. Pero poco a poco el sistema fue recuperando la normalidad. Con paciencia la gente se fue con su capricho en el bolsillo.
Aunque el sistema presentó algunos fallos que descontentaron a la gente. Las tres vías que había para hacerse con un billete se nutrían de un mismo paquete que no incluía la totalidad de las entradas. De esta forma, cuando se agotaba, había que reponerlo. Esto provocó que algunos clientes recibieran la información de que no quedaban las localidades que querían y optaron por comprar de otra zona, más baratas o más caras. Pero cuando se reponían, gente que llegaba más tarde sí que podía adquirir aquellas entradas que se le habían negado al anterior comprador.
El colapso del teléfono de Servientrada y del ordenador también tiene su explicación. Ese lote del que se nutren todos los vendedores para complacer a sus clientes tiene una prioridad, atiende primero la opción de venta directa, de persona a persona, y hasta que el sistema logró satisfacerla, las otras dos quedaron a la espera. Aunque la venta por teléfono no llegó a funcionar con fluidez en todo el día.
El movimiento comenzó a las ocho de la mañana, dos horas antes del inicio. Unas cien personas formaron una cola a la puerta de El Corte Inglés antes de la hora de apertura. En el de la avenida de Francia se organizaron espontáneamente. La gente se fijó en los que tenía delante y detrás para respetar el turno más adelante, cuando pudieran subir al punto de venta. En Colón no fue así, un trabajador de los grandes almacenes suministró unos números a la gente que aguardaba en la calle para que no se produjesen carreras al abrir las puertas. En ambos casos imperó la educación.
La llegada de la prensa delató a más de uno. La gente no quería posar ante las cámaras. Se habían escapado del trabajo para comprar las entradas. Alguno, como un empleado de la Universidad Politécnica de Valencia, se escondió literalmente detrás de una farola. Otro, sin nada que comprometer, leía plácidamente la última entrega de Harry Potter. La cola no hace distinciones. Hombres y mujeres. Jóvenes y adultos. Eso sí, desde una edad en la que alguien pueda costearse unos tickets que oscilan entre 195 y 480 euros.
También comparten afición ricos y anónimos. Entre los primeros sobresale el valenciano Toni Cantó. El actor de Todo sobre mi madre viene por él y, fundamentalmente, por su hijo Lucas, "un psicópata de la Fórmula 1" con sólo cuatro años y medio. Cantó aprovecha que los lunes y los martes descansa la obra (Baraka!) que representa en el teatro madrileño de La Latina y que no tiene rodaje de la serie El síndrome de Ulises para complacer a ese niño que anda loco con Senando (así le llama) Alonso. Pero hasta en eso es democrática la cola. Más atrás hay un aficionado con una camiseta de Ferrari.
El primer afortunado también quiere mantener el anonimato. Sólo accede a decir que tiene 26 años y que es de Madrid. Se lleva siete entradas de la Tribuna 23: tres para él y unos amigos y cuatro para unos familiares que viven en Alemania y que son muy aficionados a la F-1 desde los tiempos de Michael Schumacher. Poco después es atendido por una de las tres dependientas Víctor, que ha comprado cuatro de 250 euros. Es el cumpleaños de su hijo, que alcanza la mayoría de edad, y ha pensado que ese será el regalo ideal. "Así nos iremos los dos a ver la carrera", comenta sonriente. Y después de las primeras transacciones empieza la confusión. "Se han agotado las entradas más baratas", protestan los clientes. Es el baile de los cupos.