Moisés Domínguez, Montecarlo. enviado especial
«¿Valencia el nuevo Montecarlo . ¡Imposible!. Nada se puede comparar a esto» espeta el jefe de la policía municipal del Principado de Mónaco, Christophe Samarati. «Sobre todo, porque lo de ustedes lo tienen que hacer y tienen que amoldarse. Eso aquí no pasa».
El circuito para la ciudad o la ciudad para el circuito. Esa parece una de las principales diferencias entre el trazado del circuito de Montecarlo y lo que se pretende que sea el de Valencia. Pero coincidentes, eso sí, en buena parte de las bondades y problemas que genera un Gran Premio.
Si Valencia tiene claro que va a albergar el Mundial de Fórmula 1, tiene que hacerse a la idea que, en una parte de la misma, tendrá unas segundas fallas en otoño. Con la diferencia de que el paso de 22 bólidos, desde el McLaren al Super Aguri, garantiza decibelios como para imaginar una mascletà de varias horas. Y que la instalación de gradas multiplica por seis el tiempo y las molestias de las carpas. Eso sí, en este caso a cuenta tan sólo de alguna sufrida zona, no de la ciudad global. A cambio, una riada humana callejeando, para alegría de la hostelería.
Una de las principales diferencias entre los dos trazados es su perdurabilidad. Montecarlo tiene unas calles y a los coches se les dice: «a correr por aquí». Más aún: el recorrido que hacen los monoplaza se puede hacer en automóvil, sin cometer ninguna ilegalidad de tráfico, salvo un mínimo desvío de 50 metros a la altura del casino.
Valencia, por contra, tendrá que construir el circuito y hacerse a la idea de que será permanente. El día que las rotondas y paseos se destruyan para una primera edición, será muy complicado rehacerlos cada año, salvo algunas obras menores. También se antoja muy complicado compatibilizarlo con la disputa de la Copa del América, salvo también que se produzcan cambios en el trazado presentado inicialmente.
«Aquí no se ha tocado prácticamente nada de las calles desde que se hizo el circuito. Lo que se ve ahora es lo mismo que hace décadas. Tan sólo se hizo más severa una de las chicanes después que un piloto se cayó al agua. Pero eso es todo» comenta Samarati, quien se atreve a hacer un diagnóstico, viendo el proyecto del trazado valenciano. «Háganse a la idea de que lo que se construye, se queda».
70 días de preparación y desmontaje
Montecarlo es un caos en sí mismo. Está literalmente excavado en un acantilado. Sus calles son estrechas y sinuosas y los embotellamientos son moneda de uso corriente. La preparación del circuito se realiza bajo la idea de molestar lo menos posible, pero hay cosas para las que los milagros no existen. Por ejemplo, hay que instalar gradas y la totalidad del circuito se reboza de quitamiedos y vallas protectoras. Los trabajos empezaron el 10 de abril y el plan de trabajo anuncia que el 20 de junio, por la tarde, quedará retirado el último vestigio. Hasta 2008.
Circulación el día de la carrera
Desde hace días, el peatón tiene que sortear vallas y tribunas prefabricadas mientras transita por las calles más céntricas de la ciudad, donde se agolpan también racimos de neumáticos que harán las veces de quitamiedos. Da la sensación de que las molestias son mayores para los peatones que para los conductores. «La circulación se mantiene hasta el día que empiezan los entrenamientos. Y cuando las sesiones han terminado, se vuelve a permitir el tránsito como si nada pasara. Procuramos que la ciudad no se convierta en un caos y así, por ejemplo, no se organizan espectáculos, conciertos ni nada parecido en los alrededores del circuito».
Los dos circuitos se parecen en el hecho en que una parte discurre por zonas urbanas (realmente, en el caso de Valencia, por urbanizar) y otra parte, por el puerto. Montecarlo tiene dos: el de Fontveille y el de Hércules. Este último es el que se reconvierte a circuito y donde se arracima la mayor cantidad de lanchas, yates y megayates, con banderas de la más remota conveniencia.
Hay otro aspecto a considerar: la tradición. Que absorbe una parte de las molestias. Suena mucho a lo que sucede en la fiesta fallera. «Claro que hay ruido, claro que hay multitudes, claro que hay molestias… pero es algo que va con el Gran Premio. Y la mayoría de los monegascos quieren que continúe. De hecho, cada vez se extrema más la seguridad para que nunca nos lo quiten. Para alguien que es de aquí, albergar esta carrera también es un orgullo. Piense que hay una diferencia entre ustedes y nosotros: el monegasco se ha criado con las carreras y las asume como algo de su propia existencia. Para ustedes, todo esto les va a caer de nuevo, en lo bueno y en lo malo».
En el Principado no hay organizado ningún colectivo anti circuito. Pero sí un éxodo masivo cuando la ciudad empieza a oler a aceite. Jaume Destort ha pasado buena parte de su vida por allí, aunque no olvida la ascendencia castellonense de su abuela. Es un conocido comerciante, por cuya Tienda de Jaime, junto al palacio de los Grimaldi, pasa casi todo el turismo de habla hispana. «Cuando se acerca el día del Gran Premio, cojo a mi madre y la saco de aquí. Vive cerca del circuito y cuando los coches están rodando, no se entiende nada. Además, todo se pone muy incómodo. Tienes problemas para cruzar la calle, hay cables por todas partes… incluso yo cierro la tienda, porque se ponen los tenderetes alrededor del circuito y no suben tanto aquí arriba. Nos vamos y hay muchas personas que hacen lo mismo. No veas además cómo se pone de gente». A cambio, la carrera tiene su lado bueno: trae dinero. El propio Jaime tiene, en su tienda de souvenirs, varias estanterías dedicadas a la Fórmula 1. «Eso sí, se vende todo el año y muy bien».
«El ruido no te lo imaginas»
Es precisamente el ruido uno de los aspectos tan inevitables como molestos. Un campo abonado a las plataformas anti contaminación acústica. «No te lo puedes imaginar -dice Jacques, camarero de una cafetería próxima al circuito- Hay que estar cerca de estos coches para saber cómo suenan. Se oye en todo el Principado. Como te molesten los ruidos, olvídate». Los oídos se irán acostumbrando este fin de semana, porque el circuito alberga un Gran Premio de coches de época.
Uno de los principales problemas de organizar un Gran Premio es, evidentemente, levantar los graderíos. En Montecarlo, cualquier recoveco es bueno para poner una grada de 60 asientos. El paseo marítimo desaparece durante un par de meses para dar paso a los dos graderíos más grandes, uno de los cuales incluye palcos privados. «Todos los que, de alguna forma, tenemos algo que ver en el desarrollo nos reunimos para organizar un calendario y que las molestias sean las menos posibles. Creo que lo logramos, pero está claro que si hay que poner una pasarela en medio del bulevar Alberto I (donde está la salida), hay que cortar el tráfico durante un tiempo» comenta el inspector Saramati.
«Aquí tocas el coche con la mano»
Y aunque las gradas se llenan, tienen una competencia desleal en los cientos y cientos de balcones, desde donde se pueden ver las carreras perfectamente. «Por supuesto, hay un auténtico mercadeo en los apartamentos, que se llenan» reconoce Patrick Mannoury, del Automobile Club de Mónaco. Son los organizadores de la prueba, pero no parecen preocupados por la aparición del nuevo Montecarlo. «En absoluto. Esta carrera es diferente a cualquier otra. Aquí prácticamente puedes tocar los coches con la mano. Eso no lo puede dar ni Valencia ni ningún otro circuito».